»O sería que mis ojos miraron en mi futuro y en él vieron algo árido y triste, algo semejante a mí mismo, al que soy ahora, al que dentro de quince años, en el mismo cuarto, igualmente solo, con la misma Matríona, que en todo este tiempo no habrá adquirido más juicio…
»Pero no perdonar la ofensa, Nástenka, turbar tu clara y pura dicha con nubecillas oscuras, hacerte reproches para que tu corazón se atormente y sufra, y palpite dolorosamente, cuando no debe hacer otra cosa que exaltar jubilosa, o tocar siquiera una sola hojita de las tiernas flores que tú, al casarte con él, te pondrás en tus negros rizos… ¡Oh, no, Nástenka, eso no haré yo nunca, nunca! ¡Que tu vida sea dichosa y tan clara y gustosa cual tu dulce sonrisa, y bendita seas por el momento de ventura y felicidad que diste a otro corazón solitario y agradecido! ¡Dios mío! ¡Todo un momento de felicidad! Sí, ¿no es eso bastante para colmar una vida?